martes, 13 de octubre de 2015

Berrea

A pesar de la poca lluvia que aun había caído en este inicio de otoño, los ciervos no dan tregua. El calor que hasta ahora hacia no había amedrantado a los galanes a intentar conseguir  su propio harén, y por supuesto no iban a permitir los viejos machos que ni una sola de sus hembras se le escapara, por lo tanto la diversión como cada año estaba asegurada.
La sierra siempre esta bonita, pero faltaba “la otoñá”, ese verdor y olor a romero y lentisco, a jaguarzo y matagallos, a niebla matutina, a encinas chorreando agua por sus ramas, a verde y a humedad al fin y al cabo. Pero el sonido impresiona, recuerdo la primera vez que la oí me produjo ese mismo estado de estar en el sitio equivocado, de no ser tu sitio, de violar la intimidad del monte. Repito, impresiona. Los bramidos de los machos desafiándose unos a otros por doquier te hacen sentirte primitivo, incluso salvaje.
Lástima que no pudimos fotografiarlos en plena faena, pero los grandes machos tenían sus harenes bien resguardados en lo más profundo del encinar. Cerca de la carretera pudimos disfrutar de varios machos y muchas hembras con los cervatillos del año pasado, pero los señores del bosque se mantenían a raya. También vimos algún que otro bareto  con la cuerna rota, seguramente al enfrentarse a un rival fuera de sus posibilidades.










Echamos de menos las grandes rapaces, solo vimos buitres leonados y un par de ratoneros. Tuvimos suerte y vi mi primer torcecuellos, al cual no pude fotografiar, y mi primer, también, pico picapinos al que si pude fotografiar. Los colirrojos reales y los papamoscas cerrojillos y grises tomaban descanso antes de su paso a tierras mas cálidas. Los mitos, urracas y rabilargos nos acompañaron a Miguel Pérez y a mi toda la jornada.




El calor del medio día le hizo buscar la sombra de una encina, los ojos se le cerraban mientras las moscas le hacían tensar los músculos. La berrea daba una tregua. Aguanto varias horas a la sombra, tranquilo, rumiando lo poco que había comido esa jornada. A lo lejos otro macho berreo, dos más le contestaron. Despacio se levanto y después de lamerse la herida de alguna refriega caminó despacio hasta trasponer la loma. Sentí el berrido cerca, atronador, pero no pude disfrutar de la imagen que perseguí durante toda la jornada. No me hizo ese regalo y sentí que sobraba en aquella historia.











                                                                                   Écija, 3 de septiembre de 2015


                                                                                                                 Pablo Reina