jueves, 2 de mayo de 2013

Mañanas de tormentas


Hoy es un día un poco atípico para pajarear. Es 28 de abril de 2013 y después de un mes de marzo, considerado el más lluvioso que se conoce desde los años cuarenta, y un calurosísimo abril con temperaturas de más de 35 grados, hoy hace un frio del carajo.
Pero del carajo total. Ha llovido algo por la noche y el aire norte ha echo descender la temperatura casi veinte grados de un día a otro. No acompaña nada la mañana, pero me encanta salir cuando el tiempo amenaza lluvia.
En Ballestera veo como la tormenta avanza hacia mí. Los rayos desgarran el cielo y este se queja tronando. Los pájaros la están esperando, se les nota. Las cigüeñuelas y las gaviotas reidoras están tranquilas empollando en sus nidos. Los flamencos, con el agua hasta la barriga, sumergen la cabeza, bueno, la cabeza y el cuello en el agua para comer. Las fochas y los patos casi no se  dejan ver. Algunas avocetas vuelan buscando un lugar tranquilo y los andarríos chicos se persiguen unos a otros volando a velocidades de vértigo.
 Las cigüeñuelas en sus nidos soportan la lluvia de pedrisco 



 Las gotas empiezan a caer, las primeras tímidas, pero poco a poco van tomando confianza y el diluvio no pilla a nadie por sorpresa. Lo que si pilla por sorpresa es la granizada que cae y parece que va a agujerear la chapa del coche. Las cigüeñuelas en sus nidos soportan la lluvia de pedrisco que les viene encima y saben que si se levantan algunos de esos proyectiles podrían estropearle la puesta. A los flamencos parece no impórtales mucho y siguen practicando submarinismo. El silencio que reina en la laguna impresiona y solo es quebrado por el repiqueteo de los granizos sobre el vehículo  Ha durado sobre dos minutos, parece poco, pero os aseguro que para muchos de los pájaros que allí empollan se les habrá  hecho eterno.
Amaina la lluvia y vuelve la vida a la laguna. Las fochas y patos salen de sus escondites y las cigüeñuelas se meten unas con otras, las golondrinas vuelan rasas sobre la plancha de agua y como en el villancico beben y beben y vuelven a beber. Los trigueros con el plumaje adornado de pequeñas perlitas de agua vuelven a cantar y las lavanderas boyeras corretean por la orilla acompañadas por algunos chorlitejos chicos. Una perdiz roja ha aguantado el chaparrón en las rocas de la orilla y empapada parece un niño pequeño, desvalido, con los ojos rojos de tanto llorar. Los flamencos siguen con su tarea, parece que para ellos no ha ocurrido nada. Seguramente en este caso el tamaño si importa.
Una perdiz roja ha aguantado el chaparrón 

Los trigueros con el plumaje adornado de pequeñas perlitas de agua

De camino a Pedro López, en un charco del camino, una calandria se da un baño, como si no hubiera tenido suficiente agua con la que ha caído y sigue cayendo. De las cunetas, al paso del coche, salen de entre los cardos y matas de margaritas las primeras terreras que veo este año. Están preciosas, tan claritas. Vuelan unos metros y al pasar el coche vuelven a esconderse, no se vallan a manchar el trajecito de fiesta.
En Pedro López paro el coche en el mirador, con su cartelito de información de la laguna y los dos cipreses que le dan sombra, parece que me encuentro en el cementerio. Pero allí no hay muerte, solo vida, y nada mas tienes que mirar al frente y ver esta pequeña laguna, tan poco conocida y a la vez tan bella. Al contrario de Ballesteras, Pedro López esta llena de vegetación. En los pocos espacios donde se puede ver el agua, se ven ánades reales y frisos, cucharas, patos colorados, porrón común y fochas de agua. En otro clarito se reúnen una buena bandada de gaviotas reidoras y dos calamones se esconden entre el tupido cañaveral.

La lluvia para y sobre mi cabeza vuela cantando incesantemente un buitrón. Me adentro en tierras calmas, los trigales se mecen con el viento y el cielo parece que se va desplomar sobre mi cabeza. Aun no hay rodadas de coches en el camino y tengo la sensación de estar profanándolo.

 Soy el primero en pasar hoy por allí, por eso me gusta tanto pasear en estos días, el campo esta solo, no se oye a nadie. Solo el viento y los pájaros. Paro el coche a ver si veo algún sisón o avutarda, pero la tormenta los tendrá todavía asustados. Más adelante en una vieja encina, fósil solitario de estas tierras, recuerdos de antiguas dehesas donde las grullas descansaban y comían bellotas, dos elanios comunes descansan. Mientras los observo un petardeo rompe el silencio, a unos cincuenta metros un macho de sisón canta y un poco mas allá, una solitaria hembra de avutarda levanta el vuelo.


A lo lejos los tristes lamentos de los alcaravanes ponen la música de fondo a esta oscura mañana.
                                                                                    Écija, 2 de mayo de 2013
                                                                                           
                                                                                                          Pablo Reina