Cuando salimos al campo
con la cámara en ristre, soñamos con la foto perfecta. Aquella en la que la luz
es excelente, el encuadre perfecto, la nitidez extrema y como modelo, el
deseado. El estado de excitación que tenemos cuando nos entra un ave al
comedero y lo tenemos a escasos metros es tremendo. Me siento como un Gran
Hermano de la vida silvestre. Algunas veces prefiero mirar, tengo miedo de
romper la magia del momento con el ruido de mi cámara, y observar como comen,
como se bañan o como se pelean entre ellos. Cuando mas me gusta es cuando te
miran, notas que sienten tu presencia, saben que allí hay algo, pero
sabes a ciencia cierta que no te ven. Allí, en el escondite, eres invisible. Es
la vida en estado puro.
Pero en ciertas
ocasiones, la vida nos muestra su lado feo y nos encontramos con el modelo
deseado, pero la luz ya no brilla en sus ojos, ya no come, ya no se baña, ya no
se pelea. Sus plumas ondean inertes por el viento y, sinceramente, no te
importa el encuadre ni la nitidez, solo fotografías.
No voy a decir que se me
hace un nudo en la garganta o que siento rabia, porque no es cierto. Solo es la
vida o la muerte en estado puro. Pero al fin y al cabo algo extrañamente natural.
A este ratonero o busardo ratonero, como al parecer hay que llamarlo ahora, lo encontré
al pie de un poste eléctrico, no se si su muerte se debió a causa natural o murió
electrocutado o abatido por la falta de corazón de algún guarda, desde luego no
tenía signos de violencia.
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Ratonero |
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Écija, 27 de febrero de 2013
Pablo Reina
La vida y la muerte sin más. abrazos
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